Sáenz describe certeramente la tremenda injusticia cometida por Chile, la que afecta hasta el día de hoy, a cientos de militares subalternos que hace ya más de 40 años debieron actuar por el principio de la obediencia debida, con ocasión del quiebre institucional del año 1973.
El Escudo Nacional de Chile |
Es por esta razón que la gran mayoría del país, y su Congreso, pidió a gritos la intervención de los Militares........y a más de 40 años se sigue persiguiendo a los entonces jóvenes oficiales y sub-oficiales, "subalternos de subalternos", como bien dice Orlando Sáenz, con dudosas artimañas legales.
Esta gran Mariconada es aún más dolorosa para las Instituciones Militares al constatar que el Gobierno del señor Sebastián Piñera, representante de los sectores que más aplaudieron, agradecieron y se beneficiaron de la intervención militar del 73, no sólo no buscó una solución a esta tremenda injusticia, sino que, por el contrario, y llevado por mezquinos intereses electorales, intensificó la persecución.
MILITARES (artículo de Orlando Sáenz R.)
Desde que existe historia de naciones y estados, es posible apreciar como todos ellos, sin excepciones, han tenido que adaptarse y resignarse a la siempre difícil convivencia con dos grupos internos que, siendo imprescindibles, llevan una vida segregada regida por costumbres, reglas, prácticas y hasta éticas distintas de las del resto de sus conciudadanos, y ello por la naturaleza y praxis propias de sus funciones: esos grupos son el de los militares y el del clero. La historia también nos enseña que la incomprensión o el desconocimiento de estas insoslayables diferencias han conducido, en innumerable ocasiones, a amargos y prolongados conflictos.
Cuando
un ciudadano abraza la carrera militar, pone su vida a disposición de la
irrestricta defensa de su patria y de sus conciudadanos y abdica de numerosos
derechos que asisten a sus compatriotas.
Para él no habrá horarios máximos ni derecho a huelga o siquiera
manifestación, no habrá oportunidades de fortuna ni de
carreras meteóricas. Mas trascendentalmente aún, debe renunciar a
buena parte de su libre albedrío porque, siendo el acatamiento ciego y la
coordinación
perfecta
requisitos indispensables para la eficiencia bélica, es necesario postergar los
instintos y la conciencia individual en aras del sacrosanto principio de la
obediencia debida. En reconocimiento de
las importantísimas restricciones que la vida militar impone a sus cultores, y
atendida la insoslayable necesidad de ella, todos los estados le otorgan y le
han siempre otorgado un estatus especial, con sus propias leyes, sus propias
tradiciones, sus propios tribunales, su propia previsión y hasta su propia
ética. Todo ello porque sería impensable
regular un universo tan diferente con las mismas reglas y criterios con que
funciona el resto de la sociedad.
En tiempos normales, las enormes diferencias entre el mundo militar y el mundo de los civiles no generan mayores problemas, básicamente porque se mantienen separados hasta físicamente. Pero cuando, por las circunstancias que sean, los militares se transforman en soporte directo de un gobierno, los roces entre los dos sistemas de vida se multiplican y derivan en conflictos de dolorosas consecuencia. Es precisamente lo que ocurrió en Chile durante el largo régimen liderado por el General Augusto Pinochet.
Basta esta sucinta reflexión sobre lo que todos sabemos para sospechar la anchura y profundidad del abismo que se ha creado entre la sociedad civil y el mundo castrense a raíz del tratamiento que le ha dado la nueva democracia chilena a las violaciones de derechos humanos ocurridas durante ese periodo. Y ello por razones tan numerosas como evidentes:
_ Porque, en
base a dudosos argumentos, se arrastró a tribunales civiles a muchos que
debieron ser juzgados en su propio ámbito militar.
_ Porque, en
base a otros dudosos argumentos, se eludió la ley de amnistía y se anuló
incluso el límite de tiempo mediante el inverosímil expediente de considerar la
desaparición como delito de secuestro permanente.
_ Porque
muchos militares fueron condenados por los mismo tribunales civiles que fueron
mas culpables que ellos como instrumentos de los crímenes del régimen al que
obsecuentemente sirvieron.
_ Porque
casi ninguno de los verdaderos responsables volitivos de esos crímenes desfiló
ante los tribunales de justicia.
_ Porque se hizo tabla rasa del dogma de la obediencia debida, que hasta los aliados respetaron después de la Segunda Guerra Mundial, y a pesar del mayor genocidio que conoce la historia de la humanidad (solo se juzgó y condenó a aquellos en que se pudo demostrar que tenían el libre albedrío suficiente para evitar los crímenes en que participaron).
_ Porque la
casi mitad de Chile que casi logró prolongar el régimen militar hace 25 años
enmudeció y desapareció como por encanto cuando llegó la hora del ajuste de
cuentas. Hoy es tan difícil encontrar un
pinochetista como fue difícil encontrar un allendista a los pocos meses de
gobierno castrense.
_ Porque el
aprovechamiento político del asunto de los derechos humanos llegó a limites
repugnantes el pasado septiembre, en que, con la propia colaboración del
gobierno, se falsificó la historia en forma que el propio Homero habría
envidiado.
_ Porque ver
a los comunistas embanderar el Penal Cordillera cuando su partido es miembro
centenario de un panel internacional autor de los peores crímenes contra los
derechos humanos que se conocen, es una afrenta insoportable para los militares chilenos (como que uno se
suicidó de vergüenza).
_ Porque de sus caídos en la “guerra sucia” nadie se acuerda en el mundo civil, mientras que Santiago arde en cada aniversario del joven combatiente que cayó desafiando la ley y el orden.
No se vaya a
creer que esta numeración significa que yo piense que los crímenes de los
militares durante el gobierno del General Pinochet debieron quedar impunes. De
hecho, como candidato parlamentario de
la Concertación en las elecciones de 1989, clamé públicamente por verdad y justicia
y me sentí muy orgulloso cuando el Presidente Aylwin inició ese camino a pesar
del estrecho espacio de maniobra que tenía su gobierno. Pero en un cuarto de siglo lo que comenzó
siendo “verdad y justicia” se convirtió en escarmiento y venganza y últimamente
en caza de brujas y aprovechamiento
político, en que hasta el Partido Comunista enarbola la defensa de derechos
humanos mientras se le caen de la
mochila los recuerdos de Stalin, Ceacescu, los Castro y la plaza Tienament, ante los cuales no hizo
otra cosa que rendir homenajes.
Creo que Chile no puede vivir con un foso de recelo y resentimiento entre la sociedad civil y el estrato militar. No tenemos situación internacional para continuar con lo que, a estas alturas, no es otra cosa que un sainete en cuyo reparto nunca estuvieron todos los que son ni son todos los que estuvieron. Hace rato que sonó la hora en que, por el bien y la seguridad de Chile, hay que ponerse a la tarea de restaurar el respeto y la confianza entre esos dos universos. Yo no sé si los políticos chilenos han postergado esa imprescindible tarea por ceguera intelectual o por conveniencia electoral, como demostró el aquelarre de septiembre pasado, pero sí que sé que mejor harían en aplicarse a resolver este problema de imperativa importancia en lugar de perder el tiempo atendiendo a la agenda que les dictan los agitadores de la calle.
¿ Tendrán nuestros líderes y políticos el valor y las agallas para poner término a la gran Mariconada de Chile?